Capítulo 1: Señal de Héroe
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Capítulo uno
SEÑAL DE HÉROE
[Carta de Trampa]
Cuando un monstruo que controlas es destruido en batalla y mandado al Cementerio: Invoca de Modo Especial, desde tu mano o Deck, 1 monstruo "HÉROE Elemental" de Nivel 4 o menor.
El vuelo desde Tokio hasta Kagoshima duraba aproximadamente dos horas. El camión de la mudanza, cargado con todas las cosas que llevarían a su nuevo hogar en Domino, había salido de Tokio dos días atrás. Lo hicieron así para que, cuando Kenichi y su madre aterrizaran, sus cosas ya estuvieran allí, esperando a ser desempacadas.
No había sido una mudanza demasiado complicada. Habían vendido la mayoría de los muebles a la persona que ahora viviría en su antiguo departamento de Tokio. Otros fueron obsequiados a vecinos y familiares. La Corporación Kaiba había sido lo bastante «generosa» para cubrir los gastos de decoración y amueblado del nuevo departamento. Así que las cajas, en su mayoría, contenían ropa, libros, objetos personales… Y, por supuesto, la colección de cartas que Kenichi había estado construyendo desde hacía poco más de medio año, cuando decidió darle una oportunidad al juego de cartas de ese mundo.
Por ese motivo estaban viajando ligero: solo un par de maletas de mano y el bolso de su madre.
Una vez en el avión, el niño sintió cómo la ansiedad acumulada estaba a punto de estallar. Se había repetido muchas veces que había una diferencia de edad significativa entre él y los personajes principales. Pero eso al final fue solo un placebo. Ahora todo era más tangible. Iba en camino a la ciudad de Domino, en un momento de la línea del tiempo en el que ni siquiera había sucedido el arco del Reino de los Duelistas.
Sumado a lo anterior, no estaba seguro de en qué mundo estaba. Anime, manga o alguna versión rara que mezclaba ambos.
Repasó las pocas pistas que tenía.
El Duelo de Monstruos había comenzado llamándose Magic & Wizards, lo que era compatible con el manga original. Esto era un reflejo de lo que había sucedido en su mundo, donde se tuvo que cambiar cuando su popularidad estalló. Esto para evitarse problemas legales con Wizard of the Coast y su producto estrella: Magic The Gathering, lo que podríamos llamar el «TCG primordial». En este mundo, donde Magic no existía, la razón del cambio era un misterio para él. No obstante, era una pista importante de que podía ser el mundo del manga.
Ahora, pese a que usaba las mismas cartas, Duelo de Monstruos no era el mismo juego que Magic & Wizards. El tablero era diferente, las reglas básicas también; sin efectos inventados que se aprovechaban de la descripción ambigua de las cartas, o interpretando directamente las ilustraciones de estas.
¿Eso quería decir que ese mundo era el anime?
No, ya que tampoco coincidía. La primera temporada de Duel Monsters había empleado las reglas iniciales del manga, aunque con el tablero y las cartas del juego de la vida real (el creado por Konami).
Eso significaba una cosa: era la tercera opción. Aunque, si era así, ¿podía confiar en lo que sabía? ¿Qué arcos iban a ocurrir? ¿Qué evolución tendría el juego?
Meses atrás, había construido su mazo pensando que, dentro de poco, las reglas iban a cambiar. Kaiba haría su torneo de Ciudad Batallas, introduciría las reglas del formato avanzado y, con el tiempo, eso conduciría a que el juego fuera cada vez más parecido al creado por Konami.
Ahora no estaba seguro de nada.
—¡Kenichi! —La voz de su madre lo sacó de sus pensamientos.
No se había dado cuenta de que prácticamente había tenido un pequeño lapsus hasta que ella le habló.
—¿Estás bien? —preguntó preocupada.
Kenichi asintió.
—Solo pensaba en el nuevo departamento. ¡Estoy deseando ver mi nueva habitación! Papá dijo que era más grande que la de Tokio.
Su madre lo miró por un largo rato, analizándolo con el ojo crítico de una enfermera. Era muy buena en eso. No por nada había sido nombrada la jefa de enfermeras en uno de los hospitales más importantes del país: el Hospital Universitario de Keio.
Frunció un poco el ceño; sin embargo, al final lo dejó pasar. El avión estaba a punto de aterrizar; cualquier cosa que le ocurriera a su hijo podía esperar un poco más. Aun así, no le quitó la mirada crítica de encima durante el resto del tiempo que estuvieron en el aire.
Ambos suspiraron con alivio cuando por fin el avión tocó tierra.
No más de media hora después, salieron del aeropuerto de Kagoshima. Kensuke, el padre de Kenichi, ya los esperaba. Sería un trayecto de media hora desde el aeropuerto hasta la ciudad de Domino.
Durante ese último tramo del viaje, Kenichi mantuvo la mirada fija en la ventanilla del coche. El paisaje pasaba a toda velocidad mientras el vehículo tomaba la carretera. La ciudad de Domino no estaba muy lejos, pero esto tampoco era Tokio; así que, a diferencia de las ciudades que rodeaban a la capital, Kagoshima y Domino no estaban unidas en una megaciudad moderna.
Veinte minutos después, tuvieron la primera vista de la ciudad que ahora sería su hogar.
El vehículo se movía por una carretera que rodeaba la costa, así que lo primero que vieron de la ciudad fue el puerto. El mismo puerto donde tal vez en un año, o incluso menos, Yugi enfrentaría uno de sus momentos más duros, cuando Marik, utilizando el control mental del cetro milenario sobre Jonouchi y Anzu, casi los asesinaría a todos.
Kenichi sintió que se le revolvía el estómago al recordar eso. No era lo mismo esperar con expectación la conclusión de uno de los duelos más emocionantes de un anime que saber que personas reales (¡niños de quince o dieciséis años!) pasarían por eso.
—¿Todo bien allá atrás?
La pregunta de su padre lo tomó por sorpresa, haciendo que diera un pequeño salto al ser devuelto a la realidad de manera imprevista.
Asintió con un movimiento rápido de cabeza.
—¿Seguro? —insistió su madre, mirándolo a través del retrovisor del coche—. Te veías muy ansioso durante el vuelo…
Kenichi sintió una punzada de culpa por haberlos preocupado de esa manera; por desgracia, tampoco podía decirles por qué estaba actuando así. No había una manera fácil de explicar que todo eso era un anime, y en el futuro esa ciudad sería epicentro de cosas mágicas y aterradoras a causa de un juego de cartas para niños.
Afortunadamente, no tuvo que inventar ninguna excusa. Su padre se ocupó de eso por él, cuando sacó la que, de ser otra circunstancia, sería la explicación más lógica de ese comportamiento en un niño de seis años.
—Creo que entiendo. No es fácil comenzar en un nuevo lugar dejando atrás a todos tus amigos. No te preocupes, hijo, lo harás bien. Estamos aquí para ayudarte, lo sabes, ¿verdad?
Kenichi no dudó en aceptar la historia que su padre se construyó en su mente, y de inmediato asintió dándole la razón.
Por otro lado, no pudo evitar notar un pequeño deje de duda en la última frase de su padre.
En la cultura japonesa, era bien visto que los niños tuvieran cierto grado de independencia. Los niños de cinco o seis años aprendían a hacer las compras en el supermercado (o al menos pedidos pequeños). Sin embargo, Kenichi había tenido un inicio un tanto complicado. Esa inestabilidad entre sus recuerdos de otra vida y los que construía en esta había levantado señales de alerta de que quizá estaba dentro del espectro autista.
Por supuesto, los médicos no encontraron nada para sostener ese diagnóstico. Cuando, pasados los cuatro años, pareció normalizarse, ya habían estado buscando opiniones en otros lugares. Esto los llevó a aprender sobre las nuevas técnicas de crianza propuestas por psicólogos de todo el mundo, y trataron de aplicarlas.
Todavía no estaban muy seguros de si algo de eso funcionaba, al ser puntos de vista tan contrarios a los de su sociedad, pero lo intentaban.
Ya con eso resuelto (en parte), Kenichi decidió sacar las cartas que llevaba en un estuche de su cinturón. Curiosamente, había algo en sostenerlas y barajarlas, incluso cuando no estaba en un duelo, que lo tranquilizaba. No sabía si era porque le daban una sensación de comodidad, recordándole lo importante que había sido el juego en su vida anterior. O si, por el contrario, tenía algo que ver con el lado místico del juego en ese mundo.
Había pasado largas horas reflexionando al respecto en los últimos meses, sin llegar nunca a una conclusión que lo satisficiera del todo.
Al final, decidió que no era sano prestarle más atención de la debida. Lo hacía sentir más tranquilo y eso era lo único que importaba. Es decir, desde que comenzó a jugar no había sentido nada sobrenatural en las cartas de Duelo de Monstruos. Sabía por el conocimiento de su vida anterior la realidad detrás del juego, pero estaba convencido de que si ese no fuera el caso, consideraría las cartas como nada más que papel y tinta.
No estaba seguro de si había espíritus en esas cartas. De hecho, ni siquiera sabía si todas las cartas del juego podían contener espíritus. Si bien durante los eventos de GX hasta cierto punto se podía intuir que era así, nunca hubo una confirmación como tal.
Pocos personajes podían interactuar con ellos. Sin ir más lejos, de todos los estudiantes de las diferentes academias, solo había un puñado que habían podido hacerlo de manera natural, sin que hubiera algún fenómeno místico o viaje a otra dimensión involucrado.
Y aunque sí se había dejado entrever la posibilidad de que todos los monstruos en los mazos de Judai y Johan fueran espíritus, en el caso de Manjoume no había una confirmación. Se sabía que el trío de Ojamas sí eran espíritus, pero no si otros monstruos, como los Dragones Armados, lo eran también.
Así que, en ese sentido, era entendible que dudara sobre si sus cartas eran solo eso o había más.
Sin embargo, tras noches de insomnio pensando en todo eso, decidió dejar las cosas así. Hubiera o no espíritus en esas cartas, no cambiaba en nada la resolución que había tomado sobre ellas.
Mientras pasaba las cartas una y otra vez entre sus manos, el niño decidió que no valía la pena dejar que la ansiedad por el posible futuro lo consumiera. Tal vez era momento de tomar nota de una de las páginas del manual de personaje de un anime shonen: no preocuparse por lo que vendría, hasta que estuviera allí.
Esto no quería decir que no tomaría precauciones, solo que no dejaría que eso dirigiera su vida. Esa fue su resolución en ese momento.
«Además», se repetía constantemente, «es muy poco probable que me vea involucrado en esas cosas».
Kenichi alzó la mirada, notando que su madre seguía viéndolo por el retrovisor con un gesto de preocupación. Así que le sonrió para tranquilizarla.
—Papá tiene razón. Es difícil dejar todo atrás, pero… ¡Les prometo que voy a esforzarme!
Terminó con la sonrisa más amplia que pudo formar con sus labios. Eso, junto con sus palabras, pareció aliviar en gran medida la preocupación de su madre.
Interiormente, el niño se sintió aliviado porque, al igual que meses atrás en la tienda, su actuación hubiera funcionado. En realidad, se dio cuenta, solo estaba imitando la manera en la que Shinichi Kudo se comportaba, cuando quería hacer más creíble que de verdad era el pequeño Conan Edogawa. Incluso se preguntó si eso le habría funcionado de estar en un universo que no fuera un anime.
Resuelto eso, Kenichi volvió a barajar sus cartas antes de regresarlas a su deckbox. Durante el resto del trayecto miró por la ventanilla, ahora que ya se movían por las calles de la ciudad de Domino.
A cada momento estaba más y más convencido de que los eventos del anime no estaban en su futuro. Era solo un niño de seis años, no había forma de que eso fuera así.
Para su desgracia, el universo parecía tener otros planes.
Cuando el coche por fin aparcó en el estacionamiento del edificio residencial que sería su hogar a partir de ahora, Kenichi bajó convencido de que las cosas serían así. Solo para que, de un momento a otro, esa realidad de la que estaba tan seguro se deshiciera.
Sentado en las escaleras del edificio había un niño de aproximadamente su edad. Un niño con una cabellera peculiar que recordaba en cierta manera a un Kuriboh.
—¿Eres el nuevo vecino? —preguntó aquel niño con entusiasmo.
La mirada del niño se posó en el estuche de cartas que colgaba del cinturón de Kenichi. Un brillo entusiasta atravesó sus ojos de color chocolate.
Antes de que ni siquiera pudiera responder, el niño dijo con alegría:
—¡Oh!, ¿juegas Duelo de Monstruos? Yo también soy un duelista. ¡Te desafío a un duelo!
Así fue como Kenichi conoció a Judai Yuki. También, ese fue el momento en que le quedó claro que no iba a escapar de la «trama» de ese mundo.
#
El departamento número 205 llevaba un año vacío. Desde que la señora Ito tuvo un accidente en las escaleras. Fue un asunto desagradable. Resbaló y se quebró la cadera, según dijo Osamu, su cuidador regular, más tarde. Esto hizo que la hija de la anciana decidiera llevarla a vivir a una residencia en Fukushima. Judai la extrañaba. Era como una abuelita que siempre le compartía galletas y los había cuidado a él y a su hermano un par de veces cuando Osamu no podía debido a la temporada de exámenes.
Pese a eso, estaba emocionado por el hecho de que había nuevos vecinos mudándose. Una familia que, según había escuchado de uno de los hombres que habían ido a ver el departamento, tenía un hijo pequeño, quizá de su edad.
Y no, contrario a lo que su hermano decía, no había estado espiando. Solo estaba allí cerca. ¡No era su culpa si había escuchado una o dos cosas sobre los nuevos vecinos!
Después de eso, pasaron varias semanas más en las que el 205 permaneció vacío. No apareció ningún camión de mudanzas en el estacionamiento. Tampoco se vio que más personas entraran a ver el departamento. Alguien había puesto una pequeña nota de «Vendido» en el buzón de la puerta; eso era todo. Ninguna familia, con o sin niños, se mudó al edificio.
Esperaba que fuera verdad que los nuevos vecinos tenían un hijo de su edad. Un niño que, esperaba, jugaba Duelo de Monstruos.
El duelo se había hecho muy popular a comienzos de año, cuando la Corporación Kaiba anunció una alianza con la compañía que producía el juego para traducir y distribuir las cartas en Japón. El mismo Seto Kaiba, heredero de la compañía, se había tomado el tiempo para realizar eventos de demostración por toda la ciudad. E incluso había ido a competir a torneos en el extranjero.
Al principio, como les pasó a muchos de sus compañeros de clases, Judai se sintió atraído por los monstruos, dragones y guerreros de aspecto feroz. Pero, en cuanto comenzó a comprar cartas para luchar contra ellos, su emoción disminuyó. Para sus compañeros de clase, el juego parecía ser simplemente una competición por ver cuál monstruo era más fuerte, tenía más colmillos o daba más miedo.
Cuando su hermano vio esto, resopló con disgusto y nunca más volvió a llevar sus cartas a la escuela.
Judai estaba un poco decepcionado por eso. A diferencia de él, su hermano no se interesaba en participar en lo que estuviera de moda. Nunca quiso comprar monstruos encapsulados, tampoco veía los animes de moda… ¡Ni siquiera leía mangas ni jugaba videojuegos!
Su madre se había preocupado por eso y, una noche, Judai la escuchó discutir con su padre sobre si quizá su hermano necesitaba un poco de «ayuda profesional» para adaptarse.
—Le está yendo bien en la escuela —dijo su padre, con voz seca—. Tiene notas más que sobresalientes. No necesita distraerse en cosas de niños.
—Es un niño…
Su padre la interrumpió:
—Sí, y también quién heredará el negocio familiar y la fortuna Yuki.
Eso pareció zanjar cualquier discusión.
Judai, sin embargo, no podía evitar sentirse un poco mal por él. ¡Tener amigos era divertido! No entendía por qué su hermano prefería estar solo. Y sobre todo, no entendía por qué los otros niños pensaban que él tampoco quería tener amigos.
Al menos con el Duelo de Monstruos consiguió que lo incluyeran.
Su baraja estaba compuesta por guerreros fuertes y, a diferencia de los otros niños de la escuela (o al menos de los niños de primero y segundo grado), algunas cartas de magia y unas pocas trampas.
A sus compañeros no les gustaban las cartas mágicas y de trampa.
—Son aburridas —decían.
Judai solo asintió y empezó a dejar esas cartas en casa. Era mejor seguir sus reglas de duelo inventadas que almorzar solo.
En casa era diferente. Osamu le enseñó cómo jugar de verdad. Y a veces incluso su hermano se unía a ellos.
Una semana antes del comienzo de las vacaciones de verano, su padre regresó de uno de sus viajes de negocios al extranjero y los llamó a él y a su hermano.
—Conseguí algo. Uno de mis socios es dueño de una cadena de jugueterías y obtuvo esto como un obsequio. No tiene hijos, así que me los pasó a mí.
Eran varios boosters de cartas promocionales de Duelo de Monstruos. Cada uno de esos sobres contenía cuatro cartas. ¡Eran superhéroes! A Judai le encantaban los cómics americanos, y amaba a los superhéroes. ¡Eran el mejor regalo que su padre le hubiera hecho jamás!
Por instinto, se giró a ver a su hermano. Toda su emoción fue reemplazada por sorpresa.
Su hermano estaba sonriendo. Era una sonrisa pequeña, casi imperceptible para quien no lo conociera tanto como él lo hacía. Pero estaba allí.
—¿También lo sentiste? —le preguntó.
Cuando Judai tomó las cartas, había sentido algo dentro. No sabía cómo explicarlo, pero su corazón había latido con fuerza, como cuando llegó a casa después de su primer día de colegio.
Su hermano no respondió. Lo miró un largo rato y luego fue a su escritorio para trabajar en su baraja de duelo, incorporando las nuevas cartas.
Al final, Judai se encogió de hombros y fue a hacer lo mismo.
Por supuesto, llevó sus nuevas cartas a la escuela el día siguiente. Estaba seguro de que todos se emocionarían por ver cartas que todavía no existían en Japón.
Las cosas no fueron como esperaba. Sí, al principio hubo algo de emoción. Entonces, durante el descanso, Hiroshi, un chico mayor que tenía fama de hacer trampa en juegos de apuesta, declaró que eran cartas falsas.
—Escuché de un conocido de secundaria que la yakuza ha distribuido copias ilegales hechas en Hong Kong. Está claro que estas son de esas. Dámelas, así me deshago de ellas y tú no te metes en problemas.
Judai se negó, por supuesto. Para su fortuna, la campana anunció el fin del almuerzo y todos corrieron, lo que le permitió escapar de Hiroshi.
Una vez más, se encontró solo. Todos le creyeron a Hiroshi. Era un chico de último grado. ¿Por qué mentiría?
Cuando las clases terminaron, Judai se escabuyó a casa lo más pronto posible para evitar a Hiroshi.
No volvió a llevar a sus héroes a la escuela.
Los últimos días antes de las vacaciones de verano fueron de los peores. Todos pensaban que era cierto que sus cartas eran falsas y Hiroshi seguía esparciendo rumores sobre eso.
Durante el verano pasó mucho tiempo con Osamu aprendiendo más sobre el duelo.
A mediados de julio, asistió a la final del primer torneo nacional. Corporación Kaiba rentó el Centro de Convenciones de Domino para el evento. Fue emocionante ver a Seto Kaiba coronarse campeón y obtener uno de los pases al campeonato de la región de Asia Oriental, que sería en Tokio durante el otoño.
Por desgracia, Osamu tuvo que ir al campamento de verano de su escuela y sus padres contrataron a una niñera mayor. Por fortuna, la mujer se contentaba con preparar las comidas y hacerles hacer sus deberes de casa. Después de eso, eran libres de hacer lo que quisieran, siempre y cuando no la molestaran mientras estaba leyendo o tejiendo en la sala.
Las últimas semanas de las vacaciones, Judai pasó mucho tiempo sentado en las escaleras principales, mirando en dirección a la verja del estacionamiento, esperando que apareciera algún coche nuevo o un camión de mudanza. Los días iban y venían y nada pasaba, haciendo que se frustrara cada vez más.
Nadie se mudó ese verano.
El semestre de otoño comenzó. Para su fortuna, parecía que los rumores murieron quemados por el calor del verano y los chicos volvieron a incluirlo en sus juegos.
Pero lo mejor era que, tras el evento del verano que muchos de ellos vieron por televisión, de verdad querían jugar el Duelo de Monstruos según las reglas. Después de ver a Seto Kaiba crear combos que combinaban sus monstruos con cartas mágicas y vencer a todos, ellos querían hacer lo mismo.
Todavía inventaban efectos o improvisaban reglas para las cartas que no podían leer, principalmente basándose en sus ilustraciones. Pero al menos ya no exageraban tanto como habían hecho antes de ver cómo se jugaba en realidad.
Las cosas en la escuela parecían ir mucho mejor. Pese a eso, Judai decidió que todavía no era el momento de volver a llevar sus cartas promocionales a la escuela. Menos aún cuando, en las siguientes semanas, su padre les trajo algunas más de sus viajes a Estados Unidos.
Hiroshi todavía estaba al acecho y no quería que volviera a mentir a los otros chicos. O, peor, que robara sus cartas.
A mediados de octubre, cuando ya se había olvidado del asunto, sucedió.
Un camión de mudanzas apareció en el estacionamiento. Judai vio emocionado cómo los empleados cargaban muebles y electrodomésticos al nuevo departamento.
Sin embargo, tras un rato mirando lo que sucedía, se decepcionó, ya que no vio nada que indicara que quienes se mudarían tuvieran un hijo.
Unos días más tarde, su sospecha pareció confirmarse cuando un hombre se mudó solo al departamento 205.
Decepcionado, Judai dejó de prestar atención. Quizá antes escuchó mal.
Cuando le contó a su hermano, este resopló.
—Así que, perdiste todo ese tiempo acechando el departamento de al lado basado en ideas que te hiciste tú mismo. Necesitas aprender cómo reunir información de manera correcta. Y cómo asegurarte de que dicha información sea confiable. Que esto sea una lección para ti.
—¡Yo no estaba acechando! ¿Y por qué debería aprender a hacer eso?
—Sí lo hacías. Pero, eso no importa. Y debes aprender a reunir información si quieres sobrevivir a la guerra.
—¿Cuál guerra?
Su hermano no respondió. Dio media vuelta y se concentró una vez más en el libro que tenía abierto en su escritorio.
Judai se encogió de hombros. Al final, solo era su hermano siendo él mismo.
Las semanas avanzaron sin muchas novedades hasta las vacaciones de invierno.
Luego, al volver a clases después de estas, hubo que centrarse en los estudios. Se acercaban los exámenes finales y su profesora les hizo repasar los kanjis básicos y las operaciones aritméticas casi todos los días de clases. Todos estaban demasiado agotados para pensar en los duelos.
Fue un alivio que el año escolar terminara. Las dos semanas de vacaciones hasta el comienzo del siguiente año, en abril, se sentían como un sueño. Lo único malo es que tendría que soportar a la niñera esas dos semanas, ya que la familia de Osamu había decidido ir de vacaciones a Hawái.
Entonces, una tarde a mediados de la primera semana de vacaciones, el coche del nuevo vecino entró en el estacionamiento.
Judai estaba sentado en las escaleras. Esta vez no esperaba a nadie, simplemente disfrutaba del aire fresco de la tarde. Era mejor eso a estar en el punto de vista de la nueva niñera. La última vez lo había reclutado para que sostuviera sus hilos mientras tejía algo para sus nietos. ¡Fue muy aburrido!
Su vecino bajó del vehículo, acompañado de una mujer. Del asiento trasero del coche bajó un niño de una estatura similar a la suya.
Judai casi saltó de la escalera. El niño tenía una baraja de duelo en sus manos. ¡Tenía que ser un duelista!
—¿Eres el nuevo vecino? —preguntó, apenas conteniendo su emoción.
Miró el deckbox que colgaba del cinturón del niño, donde acababa de guardar las cartas que le había visto sostener al bajar del coche. Estaba claro que sí era duelista. No obstante, decidió escuchar uno de los consejos que su hermano le había dado antes y cerciorarse primero.
—¡Oh! ¿Juegas Duelo de Monstruos? Yo también soy un duelista. ¡Te desafío a un duelo!
El niño lo miró, parpadeando un par de veces. Abrió la boca, pero no dijo nada.
—¿Estás bien? —preguntó Judai, frunciendo el ceño ligeramente.
El niño asintió con fuerza.
—Sí, no te preocupes… —Miró a sus padres, quienes estaban a unos pasos de ellos viendo toda su interacción.
—¿Eres hijo del vecino del departamento 204? —preguntó el padre del niño.
—¡Así es, señor! —Hizo una pequeña reverencia en señal de respeto, como les había enseñado su padre a él y a su hermano—. Mi nombre es Judai Yuki. ¡Es un placer conocerlos!
Los adultos sonrieron, para luego presentarse como Kensuke y Miyuki Satou.
A diferencia de ellos, el niño pareció dudar un poco; luego hizo una reverencia similar a la de Judai.
—¡Mucho gusto, soy Kenichi!
El señor Satou miró a su hijo, luego a su esposa, y después de nuevo a Judai.
—Creo que nuestro Kenny necesitará un pequeño tour por el edificio. —Luego miró a su hijo una vez más—. No te preocupes, Judai vive justo al lado de nosotros, así que no pueden perderse.
Judai en realidad quería tener un duelo, pero bien podían hacer eso después de mostrarle a Kenichi dónde estaba todo.
—¡No hay problema! —dijo—. ¡Vamos, Kenichi!
El niño todavía parecía estar dudando sobre si ir con él o no. Vio a sus padres una vez más, recibiendo un pequeño asentimiento en respuesta. Les sostuvo la mirada un par de segundos; luego, siguió a Judai.
#
El matrimonio Satou permaneció un rato viendo en la dirección a la que se habían ido los niños. Luego, Kensuke abrió el maletero del coche y sacó el poco equipaje con el que su familia había viajado desde Tokio.
—¿Crees que esté bien? —preguntó su esposa.
—Sí, no te preocupes. —Sabía que se refería a algo más que simplemente dejarlo vagar por el nuevo edificio—. Esta es una ciudad más tranquila que Tokio.
Kensuke entendía muy bien la preocupación de su esposa con respecto a la seguridad de Kenichi. Preocupación que, a lo largo de los últimos años, muchas personas habían catalogado de sobreprotección.
Pero esas personas no habían estado allí en la sala de parto, durante ese alarmante minuto en el que el médico pensó que su niño había nacido muerto. No experimentaron el alivio que ellos cuando, casi milagrosamente, el recién nacido se agitó, aspiró profundamente y comenzó a llorar. Tampoco estuvieron durante los años en que Kenichi se sentaba en su corralito o en su cuna en silencio, sin los parloteos, risas o los llantos que se supone debía dar un bebé que comenzaba a explorar el mundo.
Entre los tres y los cinco años pareció mejorar. Comenzó a hablar poco a poco, disipando los temores de que hubiera algo mal en su desarrollo. No obstante, no parecía saber cómo socializar con los niños de su edad. Jugaba solo en el parque y no corría a toda velocidad a la alberca de pelotas cuando iban a un restaurante de comida rápida.
Cuando fue la hora de matricularlo al colegio, pensaron que eso mejoraría. Solo para llevarse una decepción cuando no pareció interesado en formar amistad con los otros niños.
Hasta que apareció el Duelo de Monstruos.
Fue como si ese juego hubiera echado a andar algo dentro de su hijo que hasta ese momento no funcionaba. Lo vieron tomar la mitad de sus ahorros, los que había guardado meticulosamente desde que había descubierto cómo era que funcionaba el dinero (siempre pareció saberlo, pero para su cordura era mejor fingir que no se había dado cuenta de eso), para regresar al día siguiente con decenas de cartas en sus manos.
Esa noche, después de que lo habían enviado a dormir, Miyuki le contó cómo estaba emocionado por ese juego de cartas.
—¡Makoto consiguió una carta de equipo muy buena! —le contó a su madre una vez mientras comían un helado tras una tarde de compras en el centro comercial—. Pero no le gustó porque era una espada. ¿Te imaginas eso? Deshacerte de una carta muy buena solo porque no te gusta la imagen. Pero, bueno, le cambié una sirena que no me servía para mi deck. Incluso le pregunté dos veces si estaba realmente segura de querer hacer ese cambio. Pero no me escuchó. Seguía diciendo que las espadas de electricidad no eran «elegantes».
Según le dijo, la mirada de Kenichi siempre parecía diferente cuando hablaba de esas cosas. Era como si, por un momento, fuera de verdad el niño de seis años que debía ser.
—Pasó horas hablando de eso —le había comentado a él esa noche, mientras se preparaban para dormir—. De cómo los niños juegan con ellas en la escuela y de los chicos mayores que se reúnen en la tienda de juegos para jugar e intercambiar. ¡Hasta parece que lo disfruta más que las películas de monstruos!
Kensuke había estado feliz de escuchar eso al principio; hacia el final, tenía el ceño fruncido.
—¿Chicos mayores? ¿Qué tan mayores?
—Niños de secundaria, al parecer. Tal vez alguno de preparatoria. Según dijo, es la tienda más cercana que vende esas cartas, así que todos van a comprar allí.
Kensuke se quedó un poco intranquilo al saber eso último.
Si era una tienda del barrio, no debería haber problemas; pero, considerando que su hijo parecía desenvolverse mejor con adolescentes que con niños (como lo demostraba lo bien que se llevaba con su hermano menor), era mejor cerciorarse de qué clase de adolescentes iban por ese lugar.
Tras una visita discreta a la tienda de juegos que su hijo frecuentaba, se dieron cuenta de que no eran malos muchachos. Muchos de ellos eran los típicos chicos frikis que disfrutaban su tiempo viendo anime, jugando videojuegos y jugando juegos de rol. Aunque no los clásicos vagos obsesionados que, se decía, iban a Shibuya a causar problemas (sobre todo en los salones de arcade). Los chicos de esa tienda, por el contrario, cuidaban mucho de su hijo e incluso parecían haberlo adoptado como si fuera un hermano menor.
Kensuke debía admitir que nunca había visto a su hijo tan contento. (Bueno, salvo quizá cuando oía a Kouji hablarle sobre el nuevo juego de RPG que había comprado para su consola).
Pese a lo anterior, no sería buen padre si no se asegurara. Había hablado con el chico que atendía el local por las tardes y fines de semana. Él le aseguró que estaban cuidando de Kenichi.
—Es un niño muy listo —le dijo.
Kensuke sabía que esas palabras, al referirse a su hijo, significaban algo más. Su comportamiento no era para nada como el de otros niños de su edad. Algo que, con cierta reticiencia, admitía que lo asustaba.
El duelo, aprendió, le estaba ayudando a abrirse con otras personas. Y, en especial, con sus compañeros de clase. En su último informe escolar, su profesora titular incluyó una nota indicando que parecía haberse acercado un poco más a sus compañeros. Principalmente para intercambiar cartas, pero era un primer paso.
No obstante, tras algunos meses de esperar, nunca pasó de eso. Kenichi intercambiaba cartas con sus compañeros de clases; luego, volvía a la tienda de juegos para aprender sobre el duelo con los chicos mayores.
Ese fue uno de los motivos por los que tomó la oportunidad que se presentó de mudarse a Domino. Sabía que la ciudad estaba convirtiéndose poco a poco en el epicentro de la moda del Duelo de Monstruos. Y, según escuchó por los rumores que circulaban en la industria del entretenimiento electrónico, Corporación Kaiba trabajaba de la mano con su creador para llevar los duelos al siguiente nivel. Nadie estaba muy seguro de cuál podría ser (o al menos Kensuke no lo supo hasta que estuvo instalado en su nuevo puesto en la Corporación Kaiba). Lo más rumorado era que podría ser algo relacionado con videojuegos, realidad virtual o realidad aumentada.
Kenichi podría desarrollarse mejor allá, pensó. Y, tal vez, hacer otros amigos que se interesaran en el duelo tanto como él. Incluso, el duelo podría ser ese pequeño empujón que necesitaba para hacer algunos amigos de su edad.
Y, tal vez, ese chico Judai también necesitaba amigos. En los últimos meses, desde que se mudó, y en especial en las vacaciones, lo había visto deambular solo. Se sentaba en las escaleras y jugaba con sus cartas. Para, luego de un rato, volver a levantarse, mirar a su alrededor y seguir deambulando. Alguna vez intentó entablar conversación con alguno de los otros niños del edificio, solo para ser ignorado.
Sí, en definitiva, decidió, ambos necesitan de un amigo.
#
Judai le mostró a Kenichi el camino hacia el patio común del edificio, donde estaban el parque de juegos y la piscina comunal. No había nadie en el primero. Mientras, los adolescentes y algunos adultos que tenían el día libre estaban nadando o tomando el sol a la orilla de la alberca.
—No somos muchos niños en el edificio —comentó Judai—. Y no tengo permitido entrar a la piscina sin un adulto presente.
—Tiene sentido —murmuró Kenichi—. Yo no sé nadar, así que no creo pasarme por allí.
—En mi caso, papá insistió en que debíamos tomar clases. ¡Es divertido…! Pero prefiero pescar.
La piscina tampoco es que fuera un lugar muy concurrido. Según le explicó a Kenichi, casi todos los que vivían allí eran parejas sin hijos. Debido al trabajo, no tenían mucho tiempo para usar la alberca. De las ciento cincuenta familias que había en el edificio, solo un tercio tenía hijos. Y de esos «niños», el 70 % (cálculo de Kenichi) eran mayores de diez años de edad.
—Sí, la baja natalidad es un problema grave en este país.
Judai lo miró, parpadeando un par de veces.
El otro niño se frotó la nuca mientras reía, nervioso.
—Creo que no hay mucho más que ver. ¿Por qué no tenemos ese duelo que mencionaste antes?
La mirada de Judai se iluminó al escuchar eso. La verdad es que el resto de las áreas comunes eran aburridas. La lavandería, el gimnasio y el salón de reuniones, que se usaba muy poco en realidad.
Condujo a su nuevo amigo de regreso a la escalera principal. Subieron a la segunda planta y entraron al departamento 204, el de la familia Yuki.
La niñera estaba sentada en la sala tejiendo. Levantó la mirada cuando los escuchó entrar. Miró a Judai, cuestionándolo en silencio.
—¡Él es Kenichi! —explicó—. Se acaba de mudar al departamento de al lado.
—Mucho gusto —saludó el niño haciendo una pequeña reverencia—. Espero no ser una molestia.
—¡Solo recuperaré mi tapete de duelo de la habitación! —aclaró Judai antes de que su niñera pudiera reñirle sobre invitar a otro niño a la casa sin preguntar primero.
Kenichi no lo siguió; se quedó de pie frente a la puerta. A Judai le pareció que se veía un poco rígido. Luego, pensó que quizá eran los nervios por llegar a un nuevo lugar. Se encogió de hombros, mientras se quitaba las zapatillas y trotaba sobre el piso de madera por el pasillo hacia su habitación.
Su hermano estaba sentado en el escritorio, con sus cartas de duelo esparcidas frente a él, mientras anotaba algo en un cuaderno en ese extraño código que solo él sabía leer.
Levantó la mirada mientras él tomaba el tapete de duelo y regresaba sobre sus pasos.
—¿Pasó algo? —lo cuestionó, mirándolo con una ceja arqueada.
Judai se detuvo justo antes de abrir la puerta.
—¡Está aquí! El vecino nuevo de verdad tenía un hijo.
—Ya veo. —Volvió a concentrarse en lo que anotaba.
—¿No quieres conocerlo? Tiene nuestra edad… creo.
Su hermano no dijo nada.
—Okey, bueno… ¡Nos vemos más tarde! —Y salió.
Kenichi pareció aliviado cuando lo vio regresar. Considerando la mirada de la niñera, él también lo estaría de estar en su situación.
—¡Vamos!
—Con permiso —Kenichi se despidió de la niñera y salió detrás de Judai.
De acuerdo con Judai, el mejor lugar para tener un duelo era el escalón de descanso entre el primer y el segundo piso.
—¿No hay problema si estamos aquí? —preguntó Kenichi viendo a su alrededor.
—No. Todos usan el elevador, así que no molestaremos a nadie.
Judai se sentó en el suelo y extendió su playmat para comenzar el duelo. Kenichi hizo lo mismo, solo que él no tenía un tapete. Barajó sus cartas con cuidado y luego las colocó con suavidad en el suelo frente a él.
—¿Quién comienza? —preguntó—. ¿Deberíamos tirar una moneda?
—No tengo una —admitió Judai, riendo.
—Yo tampoco.
—Acabas de llegar. ¡Deberías ir primero!
Kenichi lo miró un momento.
—¿Qué tal esto? Vamos a sacar una carta al azar de nuestros mazos y a ponerla en el campo boca abajo. Luego, a la cuenta de tres, las giramos. Toma el primer turno quien saque la carta con un nombre que vaya primero según el orden alfabético.
Judai asintió, entusiasmado. ¡Eso era mejor que tirar una moneda o un piedra-papel-tijera!
Tomó una carta de enmedio del mazo y la puso frente a él.
—Uno, dos, ¡tres! —contaron al mismo tiempo.
—«Masaki el Espadachín Legendario» —reveló Judai.
—«Fisura» —anunció Kenichi.
—¡Vaya, después de todo, tienes el primer turno!
Kenichi asintió, mientras volvía a barajar su carta en su mazo.
Prepararon el tablero e hicieron las formalidades básicas para comenzar una partida.
—¡Duelo!
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Kenichi se sentó en el descanso de la escalera principal del edificio, con las piernas cruzadas en posición de flor de loto. Barajó su mazo un par de veces y luego alzó la mirada para ver al otro niño frente a él.
Judai estaba sonriendo y tenía una mirada llena de expectación, mientras extendía el tapete de tela para el duelo.
Casi todos los duelistas serios a los que Kenichi había conocido en ese mundo usaban playmats convencionales. La visión sólida todavía no existía, así que no había cajas de duelo como las del manga y, por supuesto, tampoco arenas como las empleadas en el Reino de los Duelistas, ni mucho menos discos de duelo.
En ese sentido, hasta ahora, salvo porque las reglas todavía eran muy simples, el duelo era prácticamente igual a como lo recordaba de casa.
Se sentía un poco (mucho, en realidad) surrealista estar allí, a punto de tener su primer duelo en la legendaria ciudad Domino. Y, más aún, contra Judai Yuki, uno de los protagonistas.
Estar allí, a punto de comenzar ese duelo, hacía que todo lo que estaba pasando en su segunda vida se sintiera un poco más real. Pero al mismo tiempo una voz en su cabeza le decía que seguía atrapado en un sueño del que despertaría en cualquier momento. Era difícil de explicar. Una especie de disonancia que lo hacía sentir como atrapado en un sueño lúcido.
Judai, por ejemplo, era un niño de seis años, pero muchos de sus gestos eran calcados a la versión adolescente que Kenichi había visto en el anime. Es decir, era una persona real, de carne y hueso, frente a él, y a la vez era como estar frente a un personaje que se suponía solo era ficción.
Ese era el tipo de disonancias que había en su cerebro, mientras intentaba emparejar lo visto en un anime con su nueva realidad. Quizá la mejor manera de describir todo era como Poe había escrito: «un sueño dentro de un sueño».
Aspiró aire y decidió mejor concentrarse en el duelo. Ya tendría tiempo después para una crisis de ese tipo.
Como se dijo antes, las reglas del duelo todavía eran muy simples. Si bien la mayoría de las cartas tenían ya los efectos que había conocido en los videojuegos y el TCG, en general se jugaba como al comienzo del manga.
Se respetaba el tablero con sus zonas de monstruos y magia y trampa, pero no había tributos aún y, dados los dos mil puntos de vida iniciales, no se podía atacar directamente.
Decidieron quién comenzaba, sacaron su primera mano y el duelo comenzó con el turno de Kenichi.

—¡Es mi turno! ¡Robo!
Kenichi miró las cartas en su mano tratando de decidir si comenzar a la defensiva. Sin embargo, al ver que tenía la trampa «Refuerzos», decidió que, quizá, la mejor defensa sería un buen ataque.
—Invoco normal a mi «Amazona de los Mares». —Puso la carta de monstruo frente a él, y luego tomó otra carta de su mano—. Y coloco una carta. Termino mi turno.

—¡Bien! ¡Es mi turno! ¡Robo!
Judai miró sus cartas con una expresión de concentración durante unos treinta segundos, hasta finalmente decidirse por una.
—¡Invoco al poderoso héroe «Zombyra el Oscuro»!
Kenichi miró la carta de monstruo con una expresión de sorpresa. No esperaba eso.
—¿Qué es esa carta? —preguntó.
La conocía muy bien por haberla jugado en un par de los videojuegos de Game Boy Advance, además de haber visto cómo un primo la sacaba en un sobre cuando iban en secundaria. Sin embargo, en ese mundo no era una carta que se conociera aún en Japón y, hasta donde recordaba, no había información de ella en la página web de Ilusiones Industriales. El idioma en el que estaba el cartón (inglés) también delataba que no era una carta que Judai pudiera haber obtenido en una tienda cercana.
—¡Es increíble…! ¿Verdad? Papá la consiguió en un evento exclusivo en su último viaje de negocios.
¿Una carta promocional de un evento privado? Bueno, eso tenía mucho sentido, ya que, si su memoria no fallaba, faltaban algunos años para que la expansión donde venía estuviera a la venta. Y, en este mundo, Pegasus tenía la costumbre de hacer cosas como esa: imprimir cartas de las que nunca salía información al público.
A veces, Kenichi pensaba que el hombre se divertía más con las reacciones de sorpresa de la gente cuando aparecía una carta de la que nadie había escuchado hablar que con el juego en sí.
Por otro lado, Zombyra era un personaje famoso de los cómics en ese mundo. Algo así como un equivalente a Spawn en su mundo anterior. Así que esto podría ser una especie de colaboración. No sabía a qué se dedicaba el padre de Judai, pero quizá tenía algo que ver con distribución, o algo similar. Podía imaginar que una carta como esa se daría en el tipo de eventos al que iría alguien que negociaba derechos para llevar ese tipo de franquicias a otros países.
—¿Sabes leerla? —le preguntó a Judai.
Judai se rascó la mejilla derecha, nervioso.
—Sí… Más o menos… Es decir, mi hermano me explicó cómo funciona.
¿Hermano? Kenichi no recordaba que Judai tuviera… Pero, entonces, recordó a Osamu, el chico mayor que apareció en un flashback del anime. Ese al que Yubel había enviado al hospital.
No recordaba si en la versión japonesa se había referido a él como hermano. Mas, considerando cómo funcionaba la sociedad japonesa, no era tan extraño que Judai se refiriera así a él. Y si Osamu iba en secundaria, o en los últimos grados de primaria (a juzgar por la edad que aparentaba en el flashback), no era extraño que dominara el inglés lo suficiente para explicarle el efecto de Zombyra.
—¿Puedo leer la carta? —preguntó Kenichi.
Judai asintió; se veía un poco nervioso.
Kenichi tomó la carta con su mano derecha y leyó el efecto en voz alta. Era justo el que recordaba. Tampoco había cambios en sus estadísticas: tipo guerrero, oscuridad, nivel cuatro, ataque 2100 y defensa 500. Como todos los monstruos tan fuertes y de nivel bajo en ese momento del juego, pese a todavía no existir la invocación por tributo, tenía un efecto contraproducente.
De hecho, Kenichi no entendía cuál era el punto de hacer eso. No cuando existían cartas como «El Juez», con sus 2200 puntos de ataque, que se podían jugar en el formato actual sin preocuparse por que se debilitara más tarde.
Aunque, quizás, esa era la razón por la que cartas como «Dragón Serpiente de la Noche» eran tan raras en ese mundo.
Devolvió la carta al campo de Judai y el duelo continuó.
—Coloco dos cartas —declaró Judai.
(El que Judai colocara las cartas tapadas durante la Main Phase 1, en lugar de esperar hasta después de la batalla, le recordó a Kenichi la broma que hacía un Youtuber al que veía mucho cuando salió Master Duel. «Jaja, coloco sus cartas en la Main 1. ¡Ese es un jugador de Duel Links!»)
—… y ahora… ¡Batalla!
Kenichi frunció el ceño. Su instinto inicial fue responder con su trampa para reducir el daño. Abrió la boca… luego, lo pensó mejor y no dijo nada, permitiendo que el ataque continuara su curso.
Su «Amazona de los Mares» tenía un ataque de 1300 puntos, por lo que recibió 800 de daño, quedando con 1200 puntos de vida.
Movió su carta de monstruo al cementerio.
—¡Con eso termino mi turno! —anunció Judai.

—Muy bien… ¡Es mi turno...! ¡Robo!
Kenichi tomó la siguiente carta de su deck y miró el campo de Judai. Dos cartas tapadas. ¿Podrían ser trampas? No le quedaba otra que arriesgarse.
—Invoco a la «Sirena Encantadora», y voy a equiparla con mi carta mágica de equipo «Caparazón de Acero». Esta carta incrementa su ataque en 400 puntos.
Con eso, su monstruo ahora tenía 1600 puntos de ataque.
—¡Batalla!
Judai abrió los ojos con sorpresa.
—Espera…
—Lo sé —lo interrumpió Kenichi—. Tu monstruo es más fuerte. Sin embargo, tengo otra carta en el campo. ¡Activo la carta de trampa «Refuerzos»! Gracias a esta carta, mi sirena gana 500 puntos de ataque extra, llegando a 2100.
—Pero… ¿No sería eso un empate…?
—¡Claro que no! Tu Zombyra es más débil.
Eso hizo que Judai recordara el efecto de su monstruo.
—¡Oh, es cierto! Zombyra se debilita cada vez que destruye un monstruo en batalla.
—Así es. Como destruyó a mi «Amazona de los Mares» en tu turno anterior, ahora es doscientos puntos más débil.
Judai perdió 200 puntos, quedando en 1800 puntos de vida.
—Termino mi turno —anunció Kenichi.

Judai robó carta, comenzando su turno.
—Invoco a «Héroe Elemetal Necroshade» en defensa. Termino mi turno.

Kenichi frunció el ceño. Con todo y que la cronología de lanzamiento de cartas de ese mundo era muy diferente a lo que recordaba del suyo, Zombyra había sido una carta que no lo sorprendió mucho. En este mundo, el lanzamiento de las cartas era invertido. Al ser un juego creado en Estados Unidos, era normal que las cartas salieran primero allá.
No obstante, si no recordaba mal, los héroes elementales salieron dos o tres años después que Zombyra. Eso suponiendo que el duelo siguiera el mismo ritmo de lanzamientos que el juego siguió en su mundo anterior. Aunque eso era para el TCG; en el OCG debieron ser cuatro o cinco años de diferencia.
Una vez más, Kenichi le pidió a Judai que le permitiera examinar la carta.
Necroshade tenía el efecto que conocía bien, facilitando la invocación de los héroes de niveles altos sin sacrificio. Lo cual no tenía el menor sentido. ¿Por qué darle ese efecto cuando no hay invocaciones de sacrificio en el juego?
—Esta carta… Es un poco extraña, ¿no te parece?
—¡Fue otro de los obsequios de papá! —respondió Judai; su tono era nervioso, muy a la defensiva—. Es completamente original.
Eso era claro; aun así…
Kenichi no sabía qué pensar al respecto. No conocía nada de la familia Yuki. Solo que los padres de Judai trabajaban mucho, y el niño pasaba gran parte del día solo. Cada vez estaba más seguro de que su padre trabajaba en temas de licencias o distribución. Quizá incluso para Ilusiones Industriales o la Corporación Kaiba. Esa era la explicación más lógica de cómo podría haber obtenido cartas como esas para dárselas a su hijo.
El único problema con esa teoría era que no cuadraba con las reglas del juego actual. El Reino de los Duelistas aún no había sucedido. Kaiba todavía no había creado sus reglas avanzadas. El efecto de Zombyra era un poco más aceptable. ¿Pero el de Necroshade?
—¿Dónde consiguió estas cartas?
Kenichi notó que Judai estaba cada vez más tenso.
—Sus socios, tal vez —murmuró—. Pero, ¡no son falsas! Yo no hago trampa.
Kenichi sabía que eran originales. El tacto, la tinta, cada elemento gráfico en ellas (fuentes de texto, la distribución de cada uno de sus elementos), todo estaba correcto. Y, además, no se sentían mal. Había visto algunas falsificaciones (eran menos comunes que las cartas chinas que recordaba de su mundo, y ciertamente no había visto, aún, una carta mágica o de trampa con nivel), y se sentían mal. Cuando sostenía una carta original, estas estaban tibias, como si irradiaran calor.
Las falsas, en cambio, eran como sostener un trozo de cartón cualquiera. Se sentían frías, como si no tuvieran alma.
(No tienen el Corazón de las Cartas, imaginaba que diría Yugi en la versión internacional.)
No sabía si era sugestión, pero, hasta ahora, no había encontrado una carta original que no se sintiera así.
Kenichi sonrió a Judai, tratando de tranquilizarlo.
—Son reales. Las falsas son… ¿Cómo explicarlo? No se sienten bien.
—¿Has visto cartas falsas? Creí que solo eran rumores.
Tanto Osamu como su hermano creían que Hiroshi se había inventado el rumor de las cartas falsas de Hong Kong para quitarle a los Héroes Elementales.
—Alguien llevó unas a la tienda donde compraba. Se sienten vacías. Como si carecieran de algo importante que solo una carta real tiene.
Judai no estaba seguro de si lo entendía del todo. Pese a eso, sonaba como algo completamente lógico. Su hermano, desde que apareció el juego, le había dicho que no eran un juguete. Por eso detestaba que los chicos de la escuela no se hubieran molestado en aprender a usarlas.
En todo caso, más aliviado de que Kenichi no creyera esos rumores (¡sabía que era un pensamiento absurdo! Kenichi no iba a su escuela y no conocía a Hiroshi, pero el temor infantil nunca ha sabido de lógica), le recordó que había terminado su turno.
Kenichi robó. Colocó un monstruo y pasó el turno.

Judai invocó a «Héroe Elemental Sparkman» y lo equipó con «Espada Legendaria», aumentando su ataque hasta los 1900 puntos.
—¡Batalla! Ataco a tu sirena con Sparkman.
El monstruo de Kenichi fue destruido y él perdió 300 puntos de vida, quedando en 900.
Judai terminó su turno.

Kenichi siguió:
—Activo la carta mágica «Agujero Oscuro». Esto destruye todos los monstruos en el campo.
Judai hizo una mueca exagerada, mientras se lamentaba por su héroe perdido.
—Coloco un monstruo y termino mi turno.

—Juegas muchos monstruos boca abajo —comentó Judai.
Kenichi sonrió de medio lado.
—Es para el factor sorpresa.
Judai lo miró un momento, como si tratara de descifrar algo. Luego, sacudió la cabeza y comenzó su turno.
—¡Robo…! Invoco al «Guardián Celta», en ataque.
Kenichi alzó una ceja. No esperaba ver ese monstruo en el mazo de Judai. Era curioso ver uno de los monstruos insignia del mazo de Yugi siendo usado por otro de los protagonistas.
Tal vez estaba pensando demasiado las cosas, así que decidió dejarlo pasar… por ahora.
Mientras, Judai continuó con su turno:
—Activo la carta mágica «Estandarte de Valor».
Judai sonrió satisfecho mientras pasaba a la fase de batalla.
—¡Ahora, ataco a tu monstruo boca abajo con mi «Guardián Celta»! Y, gracias al efecto de mi carta mágica, mi monstruo gana 200 puntos de ataque extra.
Kenichi volteó su monstruo, revelando al «Madoor de Aqua».
—Lástima, ¡no es suficiente! Mi monstruo tiene 2000 puntos de defensa.
Los puntos de vida de Judai se redujeron a 1400, así que terminó su turno.

—¡Robo! Invoco a «Arquera Roja». Y la equipo con mi segunda copia de «Caparazón de Acero».
Atacó al «Guardián Celta» con su sirena, que ahora tenía 1800 puntos de ataque.
—Dado que el efecto de tu carta mágica solo funciona en tu fase de batalla, pierdes otros 400 puntos de vida.
Ese ataque dejó a Judai con 1000 puntos de vida restantes.
Kenichi terminó su turno.

Judai robó, seleccionó la otra carta en su mano y la activó. Era un «Agujero Oscuro». Kenichi envió a sus monstruos al cementerio haciendo una pequeña mueca.
—Invoco a «Héroe Elemental Burstinatrix». Termino mi turno.

Era una suerte que no hubiera ataques directos; de otra manera, el duelo habría terminado allí con la derrota de Kenichi.
—¡Mi turno…!
Kenichi invocó al «Kraken de Fuego», un monstruo con 1600 puntos de ataque.
—¡Ataco a Burstinatrix con mi monstruo…!
—¡Caíste en mi trampa! Activo mi «Barrera de Héroes»…
Al final, se lamentó Kenichi en su mente, una de las cartas tapadas de Judai sí que era una trampa.
—Termino mi turno —declaró Kenichi, suspirando.

Judai comenzó su turno. Robó carta y activó «Sogen», dando otros 200 puntos de ataque a su héroe. Luego, atacó al kraken de Kenichi, provocando que ambos se destruyeran al tener la misma cantidad de puntos de ataque.
El turno terminó.

—Activo «Olla de la Codicia»… —Kenichi robó dos cartas y tomó una de ellas—. Invoco a mi «Hada de la Fuente». Luego, coloco una carta y termino mi turno.
Judai invocó a «Héroe Elemental Wildheart», mismo que acababa de robar de su mazo.
—¡Batalla! —declaró, atacando al único monstruo en el campo de su oponente.
—¡Activo mi carta boca abajo! Carta mágica de juego rápido «Arremetida Imprudente». Su efecto le da a mi hada 700 puntos de ataque extras.
El «Hada de la Fuente» ahora tenía 2300 puntos de ataque, más que suficientes para acabar con Wildheart. Esto a pesar de los 400 puntos extra que había ganado debido a la ventaja de campo y al «Estandarte de Valor».
Judai perdió 400 puntos de vida, quedando con 600.
Su turno terminó.

En su turno, Kenichi invocó al «Mago de Agua», para luego pasar.
Era el turno de Judai. Invocó una segunda copia de Sparkman, con la cual destruyó al «Mago de Agua» de Kenichi, dejándolo con 300 puntos de vida.

—¡Es mi turno…! ¡Robo!
Después de varios turnos en que el duelo se había sentido como un juego de tirar la cuerda, Kenichi miró la carta que sacó de su baraja y sintió como si eso hubiera sido un robo del destino.
—¡Activo la carta mágica de campo «Umi»!
Ahora, los monstruos de Kenichi tenían la ventaja de campo. Sparkman regresó a sus 1600 puntos de ataque originales; mientras que el «Hada de la Fuente» ahora tenía 1800 puntos de ataque.
—Gracias por atacar al «Mago de Agua» el turno anterior.
Judai parpadeó un par de veces y abrió la boca en un gesto de confusión.
—Es solo que, si hubieras ido tras mi monstruo más fuerte, creo que no me habrían alcanzado los puntos. Como sea… ¡Invoco a «Chico Estrella»! Este monstruo aumenta en 500 los puntos de ataque de mis monstruos de atributo AGUA. Sumado al poder que les da mi campo, ahora puedo terminar este duelo.
El «Hada de la Fuente» ahora tenía 2300 puntos de ataque.
—¡Batalla! Ataco a Sparkman con mi hada…

Judai parpadeó un par de veces más. Miró la hoja de papel en donde su último conteo era de 600 puntos de vida. Luego volvió a mirar al campo, haciendo los cálculos de cuánto poder tenía el monstruo de Kenichi antes de ese último ataque.
—Vaya… —dijo—. ¡Yo perdí el duelo!

Kenichi asintió. Estaba sonriendo. Judai era un duelista fuerte, incluso a esa edad. Tenía lógica, siendo uno de los mejores duelistas de la historia. Aunque algunos en YouTube no lo consideraran así porque al final de su serie decidió ser un héroe anónimo en lugar de seguir el camino del duelista profesional.
—¿Qué tal otra partida? —preguntó una voz que creyó era de Judai; sin embargo, se escuchaba más lejos, cuando el otro niño estaba sentado en el suelo frente a él.
Además, había algo en esa voz que no cuadraba. Demasiado fría para ser la de Judai. Tan fría que le provocó un escalofrío.
Alzó la mirada y se quedó congelado.
Había una copia exacta de Judai bajando por las escaleras. Solo que este doppelgänger vestía ropa más oscura (negro, en lugar de rojo y gris) y lo miraba con un rostro indescifrable.
—¡Guau, de verdad veniste! —dijo Judai, mientras se levantaba—. Kenichi, él es mi hermano mayor. Su nombre es Haou.
«¡Me estás jodiendo! Tiene que ser una maldita broma», fue lo único que atinó a pensar Kenichi.
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