Introducción 1: Inversión de Desesperación y Esperanza
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Inversión de Desesperación y Esperanza
[Carta de Trampa]
Si controlas 3 o más monstruos Hada de TIERRA: manda tantos monstruos del Campo al Cementerio como sea posible (mín. 1), y después cada jugador puede Invocar de Modo Especial monstruos desde el Cementerio de su adversario a su propio Campo, hasta el número de monstruos mandados al Cementerio de su adversario por este efecto y después, si un monstruo fue Invocado de Modo Especial por este efecto, e "Inversión de Sepulturas" está en tu Cementerio, puedes Colocar 1 Trampa directamente desde tu Deck. Ésta puede ser activada este turno. Sólo puedes activar 1 "Inversión de Desesperación y Esperanza" por turno.
La posibilidad era real, aunque mínima, según los cálculos de Daichi. Pero, después de todo lo que había pasado, de todos esos intentos fallidos y las consiguientes pérdidas, no les quedaba más que apostar por esa opción, por mínima que fuera la oportunidad de éxito. Representaba la última esperanza tras varios intentos fallidos: la que podía ser la luz al final del túnel…
Aunque ninguno de ellos usaría esa expresión si pudiera evitarlo.
Llevaban años luchando contra la Luz, viendo caer a personas queridas, amigos y familia, así que pensar en la luz como algo bueno les era cada vez más difícil. Durante esos años de guerra constante, todo lo que creían sobre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, la luz y la oscuridad, había probado estar equivocado.
Tras diez años de batalla, sus manos estaban manchadas de sangre; sin embargo, no podían permitirse parar. Detenerse siquiera un segundo significaba cuestionarlo todo, incluyendo su propia cordura, y el enemigo aprovecharía ese momento de debilidad para atacarlos. Ya lo había hecho en el pasado.
Por supuesto, a veces era imposible no hacerlo. En especial cuando acababas de ver morir a alguien que alguna vez conociste. Quizá a ese compañero con quien compartiste clases, o incluso a una persona a quien te encontrabas todas las mañanas en el elevador de tu lugar de trabajo, o del edificio residencial en el que vivías. Tal vez jamás le dirigiste la palabra a esa persona, no más allá de lo que dicta la cortesía básica. No cambiaba el hecho de que veías la lucidez en su mirada en el momento en que la Luz detenía su control mental; veías el miedo en esos ojos, cuando finalmente la vida los abandonaba.
Esas miradas vacías todavía los perseguían, atormentando sus sueños y mentes en los escasos momentos de descanso.
—Así es la guerra… —se decían—. Era él, o yo…
No obstante, repetirse eso como un mantra no hacía que las cosas fueran más fáciles.
Pese a que con anterioridad muchos de ellos habían enfrentado la verdadera cara mística del Duelo de Monstruos, para otros era la primera vez que los duelos se habían sentido tan definitivos.
Pocos tenían experiencia con muertes reales relacionadas con el juego… O casi reales, pues los estudiantes atrapados en la Otra Dimensión décadas atrás habían regresado (en su mayoría), al igual que las víctimas de los Portadores Oscuros. Incluso aquellos que se habían enfrentado a la Luz de la Destrucción en el pasado, nunca habían visto esfumarse las vidas de sus oponentes en el momento en que sus puntos de vida se reducían a cero. Jamás ordenar atacar a sus monstruos o activar ese efecto certero que pondría fin al duelo; se había sentido como si estuvieras dando un tiro de gracia.
Habían visto a sus enemigos (y amigos) desaparecer, colapsar o, incluso, salir disparados varios metros. No obstante, siempre se recuperaron. Se habían despertado después de días o incluso meses en coma, habían vuelto a ser ellos mismos con la terapia y el tiempo suficientes para superar lo vivido.
Entonces, ¿qué había cambiado ahora? ¿Por qué de pronto perder significaba la muerte? ¿Por qué no podían volver a los tiempos en que los duelos eran juegos? Extrañaban los días en que ser un duelista no era equivalente a ser un soldado.
Había alguien que sí lo entendía. O’Brien. Pero él era soldado de carrera, al igual que su padre y muchos otros en su familia. Debido a esto, sabía que en la guerra los sacrificios a veces eran necesarios, y no les quedaba otra opción que honrar a esos amigos y aliados caídos levantándose para pelear otro día.
No obstante, pese a toda su lucha, todos sus sacrificios, habían llegado al punto en el que estaban por completo acorralados. Sin salida, aunque no sin esperanza.
Bien se dice: «Tiempos desesperados requieren de medidas desesperadas».
Y la Luz había cometido un error muy grave. O’Brien, como un soldado y un general, lo vio al instante. También lo hizo Seto Kaiba.
Un error táctico que, en el pasado, ejércitos poderosos como las legiones romanas habían entendido, y que este enemigo, pese a su astucia y capacidad para manipular las cosas a su favor, fue incapaz de ver. Acorralar a alguien y dejarlo sin salida alguna en una guerra es contraproducente, porque alguien que parece no tener nada más que perder será capaz de hacer incluso lo que se cree imposible para sobrevivir, aunque sea un poco más.
Cualquier cosa… incluso volver y reescribir la historia.
La Luz de la Destrucción se percató de esos planes demasiado tarde: lo hizo cuando vio al mundo reescribirse a sí mismo a su alrededor.
Con un alarido de furia, abandonó a su avatar escogido para que muriera.
La joven mujer, con sus últimas fuerzas, vio al mundo en ruinas que se desvanecía en polvo pixelado, como un holograma de Visión Sólida al apagar el disco de duelo.
Hacía años que había visto ese mismo fenómeno. Pocos lo recordaban. Quizá solo aquellos que tenían cierta relación con la magia y las leyes metafísicas que regían a su mundo.
Alguien había ido al pasado a cambiar las cosas. Esta vez no un enemigo, sino un aliado.
En un susurro, con sus últimas fuerzas, pronunció su disculpa.
—Rua, Jack, Crow, Aki… Yusei… Yo… Lo siento.
Ruka cerró los ojos, dejando que el vacío la consumiera, deseando que, si había otra vida, sus amigos y su hermano estuvieran allí, esperándola.
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